La imágen y los signos icónicos
Funcionan de acuerdo con el principio de
semejanza y en él pueden incluirse toda clase de imágenes, dibujos, pinturas,
fotografías o esculturas.
Peirce los definía como signos
que tienen cierta semejanza con el objeto a que se refieren. Así, el retrato de
una persona o un diagrama son signos icónicos por reproducir la forma de las
relaciones reales a que se refieren. Esta definición ha tenido aceptación gracias
a la difusión hecha por su discípulo Morris, quien señaló además que el signo
icónico tenía algunas de las propiedades del objeto representado, es decir, de
su denotado.
Sin embargo, si se observa una
imagen publicitaria, no siempre se representan todas las propiedades, ya que
muchas de ellas están simplemente sugeridas a través de otras.
El signo icónico reproduce
algunas condiciones de la recepción del objeto, seleccionadas por un código
visual y anotadas a través de convenciones gráficas.
Los signos icónicos ofrecen al
receptor real con toda la naturalidad de cada uno de ellos representándose a sí
mismos. No poseen las propiedades de la realidad, sino que transcriben, según
cierto código de reconocimiento, algunas condiciones de la experiencia. Cuatro
características tienen los signos icónicos: ser naturales, convencionales,
analógicos y de estructura digital.